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Hola, me llamo Mònica y he estado en comidas en las que me he sentido apartada por ser celíaca y muchas veces nadie ha cocinado para mí.

Hola, me llamo Sandra, soy intolerante a la lactosa y cuando voy a celebraciones nunca me tienen en cuenta y tengo que llevarme mi comida de casa por qué nadie se acuerda de mí.

Hola, me llamo Julia y tengo un niño que es alérgico a los frutos secos. Cada salida fuera de casa tengo que preparar un montón de comida por qué nuestra familia no quiere complicarse. ¡Y ya llevamos 5 años con el diagnóstico! Quizás ya es hora que nos tengan en cuenta, ¿no?

Hola, me llamo Roberto, tengo alergia al marisco e ir a comer a casa de la familia por estas fechas es un riesgo para mí.  

Y así podría hacer una lista de miles de casos que oigo, que vivo, que leo. También por suerte leo a mucha gente que su familia, amigos y compañeros les tienen en cuenta y pueden salir de casa con total “normalidad”. Pero viviéndolo en primera persona muchas veces sé que el tema no es fácil ni para una parte ni para la otra. Hoy quiero dirigirme a todos esos a los que quieren pero no saben, o a los que pasan de todo, o los que dicen que es muy difícil. Esos que al fin y al cabo consideran que somos una molestia.

Cuando nos diagnostican cualquier enfermedad que nos supone alguna restricción alimenticia el mundo muchas veces se nos cae encima. Comemos cinco comidas al día (o eso deberíamos hacer), y, os aseguro por qué lo vivo día a día, que no es nada fácil cuando no puedes moverte con total tranquilidad. Yo me he acostumbrado a llevar casi siempre algo encima por qué no sé qué podré encontrarme fuera o me preparo mentalmente para comer lo que sea. Y eso lo asumimos muchas de las personas que no podemos comer de todo, pero cuando vemos que se podría arreglar entre nuestros más cercanos y no se hace pues da rabia, que queréis que os diga.

Los que no tengáis problemas con ningún alimento imaginad por un momento la situación. Una mesa llena de comida, ponedle todo lo que más os gusta (cada uno sabe cuáles son sus platos favoritos), no os dejéis ni uno. Y de golpe viene alguien y os pone una barrera de vidrio delante, lo veis pero no lo podéis comer. ¿Frustra verdad? Pues así nos sentimos nosotros a veces. No hace falta que os diga nada más.  Y eso que tenemos asumido que no podemos, que eso nos hará daño, que nuestra dieta es así y no hay más.

Llega una fiesta, eres capaz de ir a 7 tiendas diferentes a comprar los ingredientes para realizar los diferentes platos que vas a cocinar. El marisco en una tienda, la carne en otra, los frutos secos a granel en esa tienda que está lejos pero son muy buenos y quieres esos, el embutido para el entremés en otro sitio dónde hay cola de una hora, etc., etc. ¿Y no es posible que a la hora de planificar la comida tuvieras en cuenta que yo, tu hermano, tu hermana, tu tía o quién sea no podamos comer ciertas cosas? Tu puedes comer lo que yo como, yo no puedo comer lo que tu comes.

Ahora me dirás: “Es que no es fácil y tengo miedo a contaminarte, a que tengas que acabar en el hospital por mi culpa, que te pongas mal por algo que se me ha escapado. Mejor si te llevas tú la comida, ¿no crees?”.

Y yo y los otros te contestaremos: “Y si quedamos un día o me llamas y hablamos de lo que podemos comer y lo que no, te puedo explicar dónde puedes comprar las marcas que yo sí puedo comer. Me harás muy feliz y me sentiré integrada a la hora de comer y no me sentiré apartada en una punta de la mesa como si fuera una apestada”.

Como todo en la vida: QUERER ES PODER.

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Por si alguien quiere saber la receta del bizcocho está hecho con esta: Muffins de plátano, pero puesto todo en un molde.